After You

Jeyko estaba sentado en la biblioteca de la universidad, como solía hacerlo cada jueves durante los últimos tres años de su vida. Se había acostumbrado a una rutina en las que pocas cosas cambiaban. Nunca se lo había impuesto así, no se consideraba una persona controladora ni mucho menos, pero se había acostumbrado a vivir de ese modo.


Tenía treinta y siete años, cuando todo empezó. A su casa llego una invitación de una de las universidades de la capital, para dar una conferencia en la que él sería el protagonista, al principio pensó en decir que no, aun cuando significara un salto en su carrera, odiaba en lo más profundo de su ser pensar en un viaje largo y que tomaría tanto tiempo, un viaje que a pesar de los frutos que dejaría a largo plazo no significaba mucho en su conformista mentalidad. Era un hombre casado y sin hijos, acostumbrado a ver pocas veces a la semana a su esposa, que como él, no sentía que tuviera mucho por lo que esforzarse. Su vida transcurría más en los bares de su pequeña ciudad y en las aulas de clase de la universidad en que trabajaba dictando clases sobre pensamiento filosófico ―pensamiento que pocas veces aplicaba a su propia vida―, donde su mayor placer se cumplía cada tarde que así se lo proponía, escabulléndose con alumnos  que, buscando ya fuera mejorar sus notas o una tarde de sexo desenfrenado aceptaban estar con él, sin el mayor compromiso, sin que eso pudiera causarle problema alguno.


Amaba a su esposa, eso no lo negaba ante nadie, pero ella era ―como el mismo decía― monótona, y si , a pesar de su personalidad conformista el que su esposa fuera monótona causaba en él un desagrado tal que prefería, sin llegar a exagerar, no verla, para simplemente no tener que someterse él también a esa monotonía en su único placer; odiaba eso en ella, odiaba que no le permitiera tomar su piernas y elevarlas por lo alto para así poder penetrarla mejor, odiaba que le dijera como moverse, como besarla, que le indicara donde tenía sus puntos erógenos , sin darle la oportunidad de explorarla, de conocer su cuerpo a través de cada caricia, de cada beso, de cada susurro al oído, como odiaba aquello, en medio de su amor hacía ella ese odio tomaba tanta fuerza que casi podía apoderarse de él. Siete años, ese era el tiempo que para entonces llevaban de casados, de esa manera la había conocido, de esa manera se enamoró de ella, nunca le exigió más, además desde el principio encontró la forma de satisfacer su cuerpo de otras formas, con otros seres, explorando otros cuerpos, el suyo propio, no necesitaba tener sexo con ella para ser feliz, era feliz tal como estaban, solo cumplía con satisfacerla a ella, con hacerla sentir bien, con hacerle caso. Por todo eso, cuando la propuesta llego no le presto mayor importancia, estaba conforme con lo que tenía, no quería engrandecer su nombre, tener una historia que contar o agrandar el número de sus experiencias, solo esperaba poder vivir de la manera en la que venía haciéndolo.


Su opinión cambio un día antes del plazo dado por la universidad para dar su respuesta. Había engañado a su esposa tantas veces que ya había perdido la cuenta, pero jamás imagino, en lo más recóndito de sus pensamientos que ella pudiera hacer lo mismo.


Aquella noche cambio todo en él. Subía las escaleras cuando escucho el primer gemido de su esposa saliendo de la habitación, se detuvo en seco y apretó fuertemente el barandal a su lado, el primer pensamiento que cruzo en su mente, fue que sin quererlo había recordado el gemido de su acompañante en la tarde, pero entonces, como si lo hubiera estado esperando el siguiente gemido llego, más fuerte y más agudo que el anterior, era casi como un grito de agonía, uno de esos que por error se confunden con dolor, cuando su dueño solo expresa placer. Apretó con más fuerza el barandal y paso saliva, lo había hecho muchas veces como para no saber de qué se trataba. Pero y si lo engañaba, ¿Por qué lo hacía en su misma casa? ¿Por qué no ir a otro lugar más privado? Entonces cayo en cuenta, su esposa lo engañaba, en el lugar más privado del mundo, su cama. 


Sabiendo con que se encontraría continuo subiendo, paso tras paso, sorprendido de no sentirse enojado, sin saber lo que en realidad sentía. Aun escuchaba los gemidos incesantes de su esposa cunado puso una de sus manos sobre el pestillo de la puerta de su habitación, se detuvo de nuevo, pensando en cuales eran las palabras adecuadas con las que debería entrar, que debía decirle, tal vez insultarla, pegarle a aquel que se atrevía a tocarla, o matarlos a ambos. Apretó con fuerza el pestillo de la puerta y de un solo movimiento lo giro, la puerta sola hizo el resto del trabajo, se fue abriendo lentamente, dejándole ver a Jeyko el panorama en el que estaba su esposa, vio sorprendido como ella siguió en medio de su éxtasis mientras lo miraba, sin siquiera tratar de detenerse; por fin logro enojarse al verla en la posición en que la había encontrado; todo el odio que había guardado durante años hacía ella se multiplico en cuestión de segundos, tan solo con verla, tan solo con ver sus senos rebotando libremente , con verla en cuatro, sostenida en sus antebrazos, dándole a él toda la libertad que necesitaba para hacer de su cuerpo lo que quisiera, odio con todo su ser darse cuenta que a él le permitía agarrar sus cabellos con tal fuerza que si ella se oponía los arrancaría de raíz, la odiaba.


El intruso en su habitación al percatarse de su presencia se detuvo y se alejó, su erección aun prominente se dejó ver, Jeyko por primera vez sintió asco ante un hombre, y ante su mujer, él amante de su esposa empezó a hablar pidiéndole disculpas por lo que estaba pasando, Jeyko solo pudo ignorarlo posando su mirada en su mujer que no dejaba de respirar agitada y que lo miraba con ironía, seguía sin entender y solo podía imaginar que parte de su cuerpo arrancarle primero, hasta que ella hablo y llamando a aquel hombre por su nombre le pidió que volviera a lo que estaba haciendo que terminara lo que había empezado, él lo miro sin saber qué hacer, Jeyko sonrió, no había nada que necesitara entender ―por mí no se preocupe, termine que bien veo que lo necesita― pronuncio esto antes de salir de la habitación y cerrar la puerta tras de él, no escucho más los gemidos de su esposa, su asustado amante salió detrás de él con sus ropas en las manos impaciente por escapar, como si temiera por su vida. 


Todo su mundo se giró, no porque para él fuera un shock el que su esposa lo engañara, si no por que hacía con otro lo que nunca se permitió hacer con él, ya no había más amor por ella, ya no había nada en su monótona vida que no quisiera cambiar. Entro de nuevo en la habitación y la encontró allí, acostada aun en la cama, desnuda, sudorosa, hermosa. 


Se sentó al borde de la cama pensando en que haría ahora; ella no se movió. Pensó en tocarla, comprobar si le dejaría tocarla, pero lo recuerdos se estrellaron contra su mente, no lo dejaría hacerlo, nunca lo dejo ―¿por qué se casó entonces, para vivir como lo habían hecho hasta ahora?―. Miro dentro de una de las gavetas de la mesa de noche, encontrando la navaja inglesa que había recibido por su padrino días antes de la boda, suavemente la deslizo, aun conservaba el hermoso filo con que lo había recibido. Respiro hondo. Paso la cuchilla por un de sus dedos causando un ligero corte ―sin duda funcionara―. Volteo a ver a su mujer que seguía acostada en la cama, empezando a conciliar el sueño. Luego aceptaria la propuesta.